Escribo estas líneas desde un instituto geriátrico deseando que pudieran ser vistas por el Presidente de la República, así como por los diputados a la Asamblea Nacional y los miembros del Poder Moral.
En víspera de las Navidades pasadas, me encontré a la salida del Hospital Dr. Jesús Mata de Gregorio, en Sebucan, a la esposa de un señor nacido en España hospitalizado actualmente en el geriátrico de San Bernardino, donde yo estuve hospitalizado hasta hace poco tiempo, y le pregunté si su esposo pasaría con ella y sus hijos las fiestas decembrinas.
La señora enérgicamente me contestó ¡No mijo! Yo no lo voy a traer a mi casa tan linda porque tendremos invitados y mi marido lo que hace es dar la cómica ensuciándose y orinándose a cada rato, ya que es muy fastidioso.
Seguidamente le formulé otra pregunta ¿No es su esposo también dueño de la casa? A lo que me contestó que sí, pero tanto ella como sus hijos tenían la aprobación del médico del geriátrico así como del Ivss y su reglamento porque en el ancianato lo tenían amarrado en el día y por la noche le aplicaban una buena dosis de sedante para que no molestara.
Señores se perdió el amor paternal y ya los hijos no tienen obligación con sus padres. Cómo es posible que ese sea el premio que se le da a los ancianos después de tantos años de trabajo honesto para criarlos y sabiendo que solamente saldrá de esa prisión con “la cabeza pa’lante” y “dentro de una caja de pino”. Cómo es posible que el reglamento del Ivss ampare que cualquier hijo o esposas con tan solo cotizar su cuota pueda meter a su padre o madre en cualquiera de los 69 institutos de esta clase en el país sin la aprobación del viejo y hasta con engaños.
Nosotros los ancianos también somos seres humanos que sentimos y padecemos. ¡Ahora o nunca presidente Chávez!
Norman Rodríguez Martínez
Paciente de 80 años de un geriátrico en Altamira
Norman.rodriguezmartinez@gmail.com.
jueves, 10 de febrero de 2011
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