Cuando analizamos paso a paso las dificultades que nos rodean, tales como los obstáculos a la hora de adquirir una vivienda propia, poder comprar un vehículo, tener un seguro o un acceso pago a la medicina e inclusive, afrontar la escasez en materia alimentaria, sentimos que estamos muy lejos de ese bienestar a pesar de nuestro arduo y persistente esfuerzo.
A partir de allí nos sentimos no solamente defraudados, sino también derrotados, y llegamos a pensar que somos los culpables, y con ello constatamos que hemos perdido en muchos sentidos nuestra calidad de vida. Cuando se logra alcanzar alguno de nuestros deseos, siempre vamos a tener algo que nos falta. Un ejemplo de ello es que, cuando materializas tu vivienda, te queda pendiente el carro, o cuando también logras el carro, te sobreviene –que nunca falta– un problema de salud, que muchas veces, a falta del seguro, te descapitaliza. Al recurrir a la salud pública, te encuentras que allí no hay nada para atenderte.
En mi caso, ando penando por la tercera operación de la vista de mi hijo, que desde hace siete meses espera primero a ver si llega el material; cuando llega, los médicos proponen operaciones electivas (a su antojo)
De pronto, a alguien se le ocurrió remodelar los quirófanos, y día a día se va deteriorando la salud visual de mi hijo. ¿Quién responde? ¡Nadie!
Definitivamente, en nuestro país se cumple aquel viejo rezo del infierno venezolano: cuando hay café, no hay agua para prepararlo; cuando hay agua y cafe, no hay gas en la cocina; cuando hay agua, café y gas, no hay azúcar; y cuando hay agua, café, gas y azúcar, lo preparamos, pero no hay quien se lo tome. A veces hay que sentarse en posición de loto.
Manuela Ortega
Administradora/Taxista
Habitante de la Av. Fuerzas Armadas
manuelaortega26@hotmail.com
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