Las potencialidades humanas se van conformando y desarrollando desde las edades más tempranas, gracias a una compleja red de influencias e interacciones que se dan entre estas. La sociedad, la familia y la escuela son los espacios cognoscitivos y afectivos que más influyen en ello. La escuela, espacio formal para aprender y, dentro de ella, el maestro como conductor vital, debe ser una persona consustanciada cognoscitiva y afectivamente con su labor. El maestro que queremos y necesitamos debe hacer un trabajo cotidiano en el cual haya un ser humano que:
1. Sea un animador constante y entusiasta del
esfuerzo de todos sus alumnos.
2. Muestre afecto, trato cordial y respeto
hacia las personas que le rodean.
3. Valore la capacidad de sus alumnos y la de
sus compañeros de trabajo.
4. Motive el desempeño para la vida en sus
estudiantes.
5. Propicie el diálogo constructivo y
permanente entre todos los participantes del acto educativo.
6. Propone y ayuda a encontrar problemas y a
solucionarlos.
7. Incita y valora la participación dentro y
fuera del aula.
8. Hace uso racional de su autoridad.
9. Posee conocimientos acerca de lo que
enseña.
10. Comunica en vez de sólo informar.
11. Ama la vida y la labor que hace.
12. Es filial, reflexivo, inconforme,
proactivo, solidario y posee buen humor.
Con maestros así la escuela se preocupará menos por la estandarización y formará personalidades diferenciadas; estará menos obsesionada con la disciplina como expresión equivocada del respeto, y dará valor a verdaderas expresiones de libertad; estará menos entretenida en enseñar respuestas exactas y hará énfasis en confrontar a los estudiantes con los problemas de la vida.Como maestra sueño con el día en el que ningún niño venezolano pueda pensar siquiera en lo que dijo George Bernard Shaw: “Mi educación fue interrumpida por mis años escolares”, o en lo afirmado por Margaret Mead: “Mis padres quisieron que fuera feliz; por eso nunca me enviaron a la escuela”.
Profesora jubilada
Hab. Valencia (Carabobo)
yoelinamendoza@hotmail.com
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