Viajar a lo largo y ancho del territorio nacional se ha convertido en una verdadera odisea. En primer lugar, por el estado de deterioro de las vías de comunicación, donde se observan huecos, zanjas, falta de señalización, obstáculos y, últimamente, la proliferación de reductores de velocidad que parecieran instalados, en algunos casos, para facilitar las ventas ambulantes en las vías rápidas del país.
En el caso específico de los reductores de velocidad, ubicados a lo largo y ancho del país, es de suponer que las autoridades encargadas de su aprobación y ubicación han evaluado su necesidad, previo a un estudio de tránsito de la región donde se justifique su instalación.
Uno de los tantos ejemplos se puede encontrar entre Tinaquillo y Tinaco (Coj), donde un buen número de estos montículos se instalan precisamente para detener a los viajeros, potenciales clientes y que los conductores, desde la comodidad de su auto, puedan disfrutar del supuesto placer que significa un servicio a la ventana de su transporte, sin pensar en las necesidades e intereses de los otros usuarios, que también merecen respeto y consideración.
En la mayoría de los casos, estas hileras de obstáculos suelen ser más un problema que una positiva solución. Por supuesto, a esto hay que agregar las diferentes formas, materiales, tamaños y colores que emplean en su fabricación. Además, es injustificable la cercanía que existe entre los mismos. En algunos puntos se pueden contar menos de veinte metros de separación entre un reductor y otro, lo que representa un riesgo, una pérdida de tiempo y un derroche de mala praxis administrativa.
Dulce María Carpio
Educadora/Chacao
dulcecarpio@gmail.com
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