Debo confesar que por crianza y por estúpido fui homofóbico hasta que un primo, homosexual por convicción, fue salvajemente golpeado, sin mayor motivo que ser lo que es: gay. En ese momento entendí que él tiene el mismo derecho de vivir como el más macho de los machos. Aprendí a no prejuzgar, que no todo el mundo debe pensar y hacer lo que yo quiero. Que en Venezuela todos somos hermanos: el gordo, el flaco, el moreno y el catire, el magallanero y el caraquista, el chavista y el opositor, el cristiano y el evangélico. También aprendí que no tenemos dos oídos y una boca porque sí. En esa proporción somos para escuchar más y hablar menos.Aprendí qué es empatía, solidaridad, asertividad y proactividad. Viendo los focos de violencia que aún se mantienen en algunos municipios, pienso: ¿qué puede motivar poner una guaya en una calle con toda la intención para que otro pase y se degolle?, ¿es una razón más de que no piensa como yo? También me hizo reflexionar desde mi lado: ¿por qué no hemos sido capaces de atraer y darles inclusión a hermanos que no entienden o no conciben la manera cómo hemos hecho realidad avances sociales innegablemente a la vista? Y por eso nos vemos como enemigos donde más duele, la juventud. Pero ese muchacho, ese estudiante, ese miembro de colectivo, esa señora que corre por la calle sofocada por bombas lacrimógenas, ese guardia que escupen y que satanizan, es mío. No viene del espacio exterior, no es el enemigo de un videojuego, ni es enemigo de una película, es mío, es mi hermano, es mi pana, es mi cuñado, es mi nieto, es mi abuelo. Y lo que le pase a él me duele, sea chavista u opositor, blanco o negro, sea mujer u hombre, modelo, guardia nacional, bombero, etc. Cuando vi a mi primo golpeado en una clínica y desfigurado, reflexioné y cambie. Pongámonos en los zapatos de las madres que hoy velan a sus hijos, viudas a sus esposos, hijos a sus padres. Reflexionemos y cambiemos.
Habitante de 23 de Enero (DC)
sandoval.pm@gmail.com
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