Quiero, a través de estas
palabras, agradecer infinitamente a quienes dedicaron parte de su existencia a
convertirme en un ser humano de bien. No fue fácil, eso lo entendí muchos años
después, cuando veía corretear a mis hijos por los hermosos espacios de la
institución que me enseñó a valorar lo bueno y desechar lo malo.
Recuerdo que el primer día en
que asistí a mi ejemplar escuela sentí temor, angustia, recelo, desconfianza.
Enseguida, acudió a recibirme un ser tan especial que se hacía llamar
“maestra”. Eso no lo comprendía, pero al pasar los días pude notar lo singular
que eran todos los que llamaban “maestros”, quienes me enseñaron que el éxito
viene con el “¡sí puedo!”, y el fracaso con el “¡no puedo!”.
Adquirí confianza y aprendí
que la educación es enseñar a vivir, es hacer crecer al ser humano para que sea
más en todos los aspectos de la vida. Desde ese instante, valoré a ese ser que
en un momento de su vida decidió consagrarse a servirle a la humanidad, a dar
todo recibiendo poco en lo material pero mucho en lo espiritual.
Hoy estoy realizado gracias
al interés y el empeño de quienes miran el sol antes de aparecer en el
horizonte; esos que cuentan la aventura como si fueran protagonistas; los que
lloran de fuera hacia dentro cuando las cosas ocurren de una manera diferente a
lo planeado; los que gozan con el triunfo de cada uno de sus estudiantes. Por
eso y muchas cosas más, debemos siempre decir con orgullo “fui formado por
alguien que me amó antes de conocerme”, y eso para mí marca un huella en lo más
profundo de mi ser.
Por ello, estas líneas
expresan el profundo respeto y admiración por quienes no solo se llaman
maestros, sino que hacen gala de ese título, para todos ustedes de parte de los
estudiantes del mundo, gracias por haber nacido y dedicarse a la profesión más
difícil pero inmensamente gratificante.
Henry Lira
Miembro del IV Consejo de
Lectores en Línea de ÚN
Habitante de Ciudad Bolívar
(Bol)
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