El cuadro Miranda en La
Carraca, de Arturo Michelena, es el referente visual de los venezolanos sobre
la prisión y los últimos años del precursor de la independencia americana en el
Fuerte de las Cuatro Torres del Arsenal de La Carraca, en Cádiz, donde falleció
el 14 de julio de 1816.
Al observar la obra conmueve
su mirada y expresión, plenas de esperanza y fe, pues desde que llegó a La
Carraca en 1814, tuvo la firme convicción de que sería liberado. Su convicción
no se cumplió, y tras años de encierro el venezolano de renombre universal,
participante en los procesos que marcaron la historia del mundo: la
Independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Independencia
venezolana, falleció solo en la enfermería de la prisión luego de una larga agonía.
En ese momento solo lo
acompañaron su criado Pedro José Morán, el prisionero Manuel Sari y una monja.
Al enterarse de la noticia, las autoridades no permitieron exequias de ninguna
naturaleza, ni menos rendirle honores. Para el Gobierno español, Miranda era un
“particular de causa pendiente y reo de Estado”, así consta en la partida de
defunción asentada en el libro quinto de defunciones del Arsenal de La Carraca.
Miranda fue enterrado en el
cementerio de La Carraca. Allí reposó hasta 1875; ese año las autoridades del
penal decidieron exhumar sus restos y enterrarlos en una fosa común junto con
huesos de 20 cadáveres más. A 200 años de su muerte, los restos de Francisco de
Miranda no han podido ser identificados.
La conmemoración del
bicentenario de su partida debe tener entre los objetivos culminar las
experticias iniciadas para determinar de una vez por todas si los despojos
guardados (dos húmeros de 33 cm, dos fémures de 46 cm, y una tibia de 37 cm) en
La Carraca, pertenecen a Miranda para traerlos a su patria y rendirles los
honores que merece por ser Precursor de la Libertad de Venezuela y de los
pueblos suramericanos. Hasta que eso no suceda estaremos en deuda con él.
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