Cansada, subiendo la montaña
del Guaraira Repano, me senté sobre una gruesa raíz de un alto árbol y en aquel
silencio, rodeada de enormes, altos, verdes, frondosos árboles pensé: cómo son
vitales los árboles para nosotros, la vida en el planeta les debe mucho, el
agua, los lagos, el mar, los montes, la tierra y la atmósfera.
Son sinónimo de humildad,
constancia, entrega y fidelidad. Se yerguen majestuosamente hacia el azul y
airoso cielo, como columnas que sostienen el techo con sus capiteles y, a la
vez, son dóciles frente a la indiferencia del hombre.
Nos dan todo sin pedir nada a
cambio. Alimentos, frutas, madera, sombra, fotosíntesis, cobijo, y nosotros
seguimos indiferentes. Alegría, belleza y parece no interesarnos. A través de
su altiva presencia nos testimonian la otra presencia entre nosotros de aquel
que lo hizo todo de la nada, y seguimos permaneciendo indiferentes.
Son testigos de nuestra
historia y nosotros preferimos ignorarlos. Qué infieles somos. Además nos
empeñamos en destruir aquello que nos ayuda a construir, destruimos lo que nos
permite vivir, les quitamos la vida a los que nos dan la vida. No se quejan, se
alegran por sernos útiles. Se quejan por nuestra destrucción incontrolada,
ávida y egoísta, por nuestra irresponsabilidad, falta de sensibilidad y
carencia solidaria, y sobre todo por nuestra irracionalidad racional. Sin
embargo, ellos están allí, pacientes y humildes. Siempre dispuestos a dárnoslos
todo, en sernos útiles a pesar de todo.
Edilia C. de Borges
Bosques de gracias y frescas bendiciones para ti por tus reflexiones, Edilia, que comparto.
ResponderEliminarCristina Vaamonde