“Tal como sucedía en las bodegas del siglo XIX“
Fue en la urbanización San Luís, en Caracas, donde los vecinos, por primera vez se observaron y participaron en una cola como de 500 metros de mujeres de clase media fundamentalmente, frente a un supermercado que estaba vendiendo leche en polvo.
Mi amigo Ramón Estrella, me dio la información en medio de una indignación muy grande, pues en cierta forma, en cualquier parte del Este de la ciudad se podía conseguir alimentos, sin pasar por el sufrimiento de hacer colas, sin pasar por la humillación tercermundista de estar pendiente, que no se acabe la mercancía y que nadie se burle del respeto, haciendo trampas en la adquisición. En fin, se perdió el glamour en la zona y todos los vecinos se encontraron con la realidad del desabastecimiento, como si estuvieran en medio de la calle, entrándose a golpes para adquirir un kilo de leche, tal como sucede en sectores populares, carentes de establecimientos óptimos que expendan alimentos.
Eso se está viendo tan a menudo, que es normal ver los sábados, una cola kilométrica en zonas de clase media, bajo el sol terrible del medio día; para tomar un turno frente a un camión estacionado en la vía, vendiendo cualquier cosa. ¿Acaso, esto será la rutina del venezolano, en los cuatro puntos cardinales del país?-se pregunta uno-.
Yo le decía a mi amigo Johny Ascanio, un antropólogo versado en la comunicación a través de redes sociales, “…que ya se está viendo en la provincia, la venta de cucharadas de leche envueltas en un papelito, como sucedía en los años sesenta, cuando mi mamá me mandaba a comprar papelón, azúcar, arroz y hasta harina, tal como sucedía en las bodegas del siglo xix, en cualquier caserío, pueblo, o ciudad.”
Es decir, que se está observando un profundo deterioro en la distribución de alimentos, sin duda. El gobierno no tiene la organización necesaria para llevar los pocos productos que trae a toda la población. Tan así es la cosa, que los pocos alimentos se venden como si uno fuera parte de un grupo de pollitos, a quienes se les avienta al aire el alimento y los pobres animalitos comerán lo que puedan de acuerdo a sus facultades de sobre vivencia.
Entonces, es una realidad desagradable la que estamos viendo nacer en estos momentos, dejando a un lado el confort, la atención personalizada en las carnicerías, la buena presentación de los alimentos y hasta la sanidad en su máxima expresión como si viviéramos en un pueblo africano, donde la tecnología y la salubridad brillan por su ausencia.
De esa manera, mi amigo Ramón Estrella, me hizo acordar de aquellos años vividos a principios de los años sesenta, cuando se vendía el detergente en bolsitas o “papeletitas” de 200 gramos de detergente, café, sal, azúcar o cualquier condimento, etc., por la baja capacidad adquisitiva de la gente; cuando se vendía el vinagre, el aceite y el kerosene en botellitas, que uno misma llevaba a la bodeguita; cuando los productos venían sencillamente empacados y con poca variedad de marcas.
Uno siente que estamos volviendo al pasado…atrás de nuevo, a los tiempos de María Castaña, cuando usábamos la tusa , en el baño.
Luis Alfredo Rapozo.
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