Cuando mis hijas
estaban pequeñas su papá les contaba esta historia y ellas se dormían, no por
lo aburrido sino por la imaginación que producía el cuento:
Érase una vez, una vaquita de
color blanco y con manchas marrones, que vivía en una finca con muchas vaquitas
iguales a ella. Hubo una temporada que no había que comer y el pasto estaba
seco, el dueño de la finca no encontraba que darle para alimentarlas. Sucedió
que un día el dueño tomó la decisión de llevarlas para el matadero para
sacrificarlas, y una de las vaquitas se opuso, llorando y llorando; resulta que
a la primera vaca que se llevaban para el matadero era ella precisamente.
Una noche ya montada en la
camioneta del dueño como quien dice ¡lista para la parrilla!, entre quejidos y
sollozos, y con la tristeza del propietario, este no logró amarrarla bien en la
parte de atrás de la camioneta, sin embargo, se la llevó así para el matadero.
Durante el viaje para el matadero
se cruzó en la vía un conejo, el dueño frenó la camioneta y fue tanto el
frenazo que la vaquita salió volando de la parte de atrás de la camioneta y
cayó en un matorral. La pobre estaba tan flaca y débil que no lograba pararse,
así que ella cerró sus ojos y quedó tendida en el monte. El dueño al verla así,
supuso que había muerto y la dejó tirada ahí.
La pobre vaquita se
quedó dormida, pues no tenía fuerzas para pararse. Al día siguiente, por
ese camino pasó una niña, y al ver a una vaquita tirada en el monte, tan flaca,
la jaló por un cordón que tenía la vaquita atada al cuello y logró pararla. Se
la llevó a su casa, un hogar muy humilde, pero cálido. Y con lo poco que
tenía le dio de comer y beber a la vaquita, la niña se quedó con la ella y la
cuidó. Pasó un buen tiempo y la niña por las tardes repetía este verso:
“Tan bella mi
vaquita que hasta un torito consiguió,
y
becerritos hermosos, ella parió.
Ahora
la vaquita da leche a la niña que la cuidó,
con
tanto esmero y nobleza con que la atendió.
Ahora
la vaquita no va para el matadero,
pues
es hermosa y grande con su comedero”.
Mis hijas al escuchar este
cuento, o lloraban por la historia de la vaquita, o se dormían y lo hacían
soñando con una vaquita querida.
Amarily López.
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