En tiempos de nuestra niñez y adolescencia, solíamos jugar de acuerdo a su moda al papagayo, trompo, metras, yoyo, y la perinola. El asunto es que muchos de estos tradicionales y sanos juegos, por su contexto y el tiempo que se dedicaba para establecer una sana competencia, no eran permitidos a la hora del receso en las escuelas.
El papagayo, por la exigencia del mismo en logística de espacio y tiempo. El trompo, por el peligro que representaba si se enredaba en el pabilo y pudiera golpear a un compañero o compañera.
Las metras o canicas, porque requería destinar un espacio en el piso para establecer la dinámica partidita de rayo, pepa y palmo o el hoyito. Los que se permitían era el yoyo y la perinola. El primero, estimulaba una sana competencia que consistía en mostrar quién tenía más variedad de figuras con el instrumento. En ocasiones se hacían competencias en los actos culturales como relleno en los eventos programados. La perinola, por su característica, se permitía en la hora de receso; su competencia consistía en mostrar quién acertaba más en martillo, perinola o palito.
En estas competencias solo estaba en juego la habilidad de cada muchacho, sin que en ellos estuviera de por medio valor monetario alguno en el sano reto de demostración de habilidades.
En la actualidad, los estudiantes de bachillerato, incluyendo los que cursan primero, segundo o tercer año (por el color azul del uniforme), se colocan en las plazas públicas (Washington) y en las adyacencias de las estaciones del Metro (Artigas) a jugar cartas, “ajiley”, observándose la manipulación de dinero.
Asunto que debe llamar a la reflexión, toda vez que de ello solo se espera una adicción a los juegos de envite y azar, que tanto daño ha generado a un número muy elevado de padres de familia en nuestra sociedad.
JOSÉ RAFAEL ÁLVAREZ
Educador
Alvarez1307@hotmail.com
miércoles, 30 de noviembre de 2016
La perinola, el yoyo y el ajiley.
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