Mejor sólo que
mal acompañado, decía el refrán, pero lo seres humanos somos ante todo, seres sociales que no comprendemos que a veces provoca estar sólo con uno mismo.
También sabemos que existen dos tipos de soledad: estar realmente solo y
aislado o sentirse solo.
A diario nos tropezamos con personas que han sido
abandonadas u olvidadas, bien sea por familiares que alegan que se han vuelto
una carga para ellos, o porque en realidad, ha perdido a todo su núcleo
familiar, una condición que vemos, sobre todo, en personas de edad avanzada. Casos palpables son los ancianos que sus familias llevan a hogares de
cuidado de personas de la tercera edad, y a días de ser recluidos allí,
no regresan nunca a visitarlos.
Y algunos otros casos, y quizás más comunes
de lo que imaginamos, son los que vemos en familias cortas, donde ya la figura
paterna y materna, han fallecido, y donde hermanos, no se colaboran entre sí, y
encontrándose uno en problemas económicos o salud, el más aventajado y
solvente, tuerce su mirada al otro lado, para no ayudar al más desposeído,
alegando siempre que no tiene tiempo, que quien lo mandó a no progresar, o a
criticar su vida, sin detenerse en la necesidad, seguramente imperante, que
tiene en este momento, hasta para algo tan fundamental como lo son, su
alimentación, medicina o subsistencia.
Y es que el sentimiento de soledad es el
más difícil de llevar, y por lo general, termina desencadenando en casos de
depresión profunda y hasta en vicios como el consumo de alcohol y drogas. La
soledad deseada temporal, es aceptable, pues nos conduce a la reflexión, a la
meditación e inclusive, a la rectificación de nuestras ideas y pensamientos. La soledad se admira y desea cuando no se sufre, pero la necesidad humana de
compartir cosas, es evidente.
MANUELA ORTEGA LIC. EN ADMINISTRACION
manuelaortega26@hotmail.com
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