Los recientes eventos adversos producto de fenómenos
naturales ocurridos en Ecuador, Chile, Uruguay, México y Japón son un reflejo
de la relación entre el desarrollo y los procesos dinámicos de nuestro planeta.
Los desastres son la cara oculta del desarrollo, y con eso no pretendo asumir
que los países que buscan desarrollarse están condenados a sufrir los embates
de la naturaleza. Para ello, se necesitan elementos dentro de la sociedad que
sean susceptibles a ser afectados por un evento catalizador.
Por ello, se afirma que los desastres son constructos
sociales; se van creando dentro del seno de la sociedad, siendo condicionados
por vulnerabilidades físicas, políticas, institucionales, económicas y
sociales. Materializados a través del riesgo, los desastres surgen durante el
proceso de desarrollo para evidenciar el efecto que tienen las relaciones
antrópicas, políticas sociales y económicas, dentro de un modelo escogido sin
tomar conciencia de la interacción que existe entre amenazas y
vulnerabilidades.
Como ejemplo podemos tomar las políticas que generan
segregación étnica o racial; desigualdades económicas y culturales, sumado a la
deficiente o inexistente cultura preventiva y de gestión del riesgo; que pueden
generar crisis de refugiados o damnificados debido a precipitaciones
torrenciales que inundaron zonas populares o una localidad arrasada por un
sismo debido a la búsqueda de mejores condiciones económicas, que llevan a la
población a asentarse en zonas de riesgo sin medidas de construcción
preventivas y sin supervisión gubernamental.
La exposición al riesgo en la búsqueda del desarrollo y
bienestar social está condicionada por complejos procesos culturales, que sin
una promoción de la conciencia preventiva, es la que construye y nos mantiene
anclados a esa relación entre desarrollo y desastre. Por ello, debemos entender
que los desastres no son naturales y que el costo que conlleva la prevención
jamás podrá equipararse al de la recuperación, sin mencionar los efectos del
impacto psicológico, social y económico a largo plazo.
Francisco Gutiérrez
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