Muchos
cristianos tienen del Espíritu Santo un conocimiento excesivamente
insignificante, utilizan su nombre con frecuencia en los ejercicios de piedad,
pero su fe está apagada. De los dones ni siquiera hablan, no los conocen más
que por lo poco que aprendieron en la catequesis. ¿Y quién habla de los frutos
del Espíritu Santo? En la tercera parte del Credo decimos: “Creo en el Espíritu
Santo”. Continuamente decimos: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo”. Por lo tanto, el Espíritu Santo es una de las tres Divinas
Personas. Por cierto, la tercera parte del Credo resume su teología. El
Espíritu Santo es el que vivifica y santifica la Iglesia. El Espíritu Santo
hace a la Iglesia “una”. Todos estamos unidos por Él y en Él. La hace
“católica”: haciendo de todas las personas un solo pueblo. La hace
“apostólica”, de los Apóstoles que recibieron el Espíritu Santo hemos heredado
todo lo que la Iglesia nos enseña. La confirmación particularmente es el
sacramento del Espíritu Santo; revivamos nuestra confirmación hoy. Existen tres
condiciones para recibir al Espíritu Santo; la primera es perseverar en la oración.
Es el Espíritu Santo el que enseña a orar como conviene orar. Jesús nos dice
que si oramos con constancia, el Espíritu Santo nos será dado. La segunda,
estar con María, la Madre de Jesús, y la tercera, la caridad, porque donde hay
caridad hay amor, allí está Dios. Pero, ¿quiénes no pueden recibir el Espíritu
Santo? El mundo no lo puede recibir, tampoco la carne y la humanidad carnal, y
mucho menos los que viven en la mentira, en la hipocresía. ¡Hoy, domingo, en Pentecostés, seamos templo del Espíritu
Santo en alma y cuerpo! Trabajemos para que cada cristiano haga de su corazón
una casa de oración. No apaguemos ni entristezcamos al Espíritu Santo.
Emmanuel
Rodríguez
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