La subida de la autopista Caracas-La Guaira es propensa a que sus usuarios, quienes son muchos, sufran un accidente, sobre todo por sobrecalentamiento del vehículo, algo muy común en estos tiempos, en los cuales los carros no son de muy corta data dada la carestía que hay y los altos precios, cuando se consiguen.
Si a una persona le ocurre un accidente que la obligue a orillarse, se genera en él y sus acompañantes -generalmente su familia- un pánico imparable, sea de día o de noche, dada la alta velocidad que impera en la zona, las burlas de los que pasan, la posibilidad de ser abordados por gente indeseable y la perspectiva de tener que ser asistidos por una grúa.
Todo un drama en cuatro tiempos, injusto de sufrir en una vía que otrora fue considerada como la segunda obra más importante que se estaba haciendo en el mundo, en la época cuando se construía el canal de Panamá.
Existen comandos de la Guardia Nacional, pero que no se mueven ante el hecho evidente de un accidentado. Igualmente, pasan patrullas a alta velocidad que nada tienen que ver con uno.
Las que sí se paran en cuestión de minutos son grúas viejas y mugrientes que insisten en que tu caso no tiene remedio y que debes ser arrastrado y cuando les preguntas por el precio te hacen un asalto en tu cara, con montos fuera de contexto, y si es de noche, contribuyen con su verbo al azoro recomendándote que salgas lo más pronto posible de la zona.
En la autopista Caracas-La Guaira debería haber un plan de auxilio especial de acción inmediata, con anuncios evidentes para la asistencia, para así evitar que cunda el pánico en él y su familia tras la oscuridad, la soledad y las visitas inmediatas de esos buitres del arrastre que encima de todo uno ni sabe si lo van a asaltar o si realmente lo van a llevar.
José Durabio
Ingeniero
Habitante de El Hatillo (Mir)
josedurabio@gmail.com
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