En
tiempos de mi infancia se solía documentar las compras con una figura
crediticia denominada fiado o fiao, como habitualmente se mencionaba o
pronunciaba por quienes acordaban tan coloquial convenio.
La
misma consistía en llevar en un cuaderno una lista de compras menudas que las
amas de casa hacían diariamente en los abastos o bodegas de los sectores
populares. Las mencionadas compras fiadas también eran realizadas en las
panaderías, donde se adquiría el pan, alguna que otra bebida gaseosa, queso, mantequilla
o un dulce para los muchachos de la casa.
El
asunto es que este tipo de compras solo era ejecutada por quienes no poseían
una estabilidad económica sólida, esta estaba centrada en aquellos cuyos
recursos económicos eran bajos; de tal manera que hacerlo era sinónimo de no
estar bien económicamente y osar su ejecución, para alguien que se alardeaba de
poseer cierta posición, constituía un agravio a su propio estatus.
Las
tarjetas de crédito son un instrumento moderno de mantener cierta cuota crediticia,
pero con una entidad bancaria; fueron creadas con una intencionalidad nutrida
de consumo que se centra más en cubrir deseos y no necesidades. Es así que a la
tarjeta de crédito se le dio un uso específico, y está representado en comprar
ciertos y determinados rublos que no necesariamente están tipificados, a menos
que sea en un hotel o restaurante, como compras menudas de consumo de
alimentos.
En
la actualidad, sin tener el mínimo recelo de que se percaten nuestros
compañeros de vecindad, el mencionado y moderno plástico se utiliza para
comprar el pan nuestro de cada día. El fiado o fiao se ha reactivado en la era
de la informática, asunto que reviste interés toda vez que quienes poseen la
tarjeta no son precisamente personas de bajos recursos económicos; en virtud de
que para adquirirla se requiere de cierto nivel de manejo de cuentas bancarias
y circulantes económicos en las mismas que garanticen su respaldo financiero y
satisfactorio uso.
José
Rafael Álvarez
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