Escribo sobre el perdón por
dos razones fundamentales: lo considero necesario en mi perspectiva de vida, y
porque ha sido ignorado por todos. Quienes estén anclados al pasado se pierden
lo maravilloso de crear y vivir el presente, amén de encontrarse lleno de
rencor de forma permanente.
No dejamos de negar que en el
pasado hemos podido cometer grandes errores, haber hecho daño de palabra y
acción a la familia, hijos, a todos los que nos rodean, consciente y, en
ocasiones, inconscientemente, pero daño al fin, y que es una dura carga de
llevar y de la cual debemos deshacernos, pero con la mayor celeridad y dándole
siempre el mejor final.
Las palabras cargadas de
ofensas o agresividad hacen un daño silencioso, incluso en el físico. Cuando
alguien te decepciona o te injuria, la ira o el miedo que alimentas dentro de
ti producen profundos cambios en el ritmo cardíaco y en la tensión, pudiendo
llegar a causarte severos males la salud.
Perdonar no es aceptar los
errores cometidos, no es olvidar, tampoco es negar lo que nos pasó. El perdón
no justifica, pero tampoco juzga, lo que sí logra es liberarte del pasado y te
permite vivir mejor en el presente.
Todos en la vida sufrimos
heridas a raíz de experiencias que parecen no tener causa, razón o explicación
alguna, y podemos morirnos sin encontrar su origen, pero lo importante es no
quedarse allí, sino que podemos aprender de circunstancias como estas y qué
podemos hacer para evitar repetirlas y tratar de enmendar el daño ocasionado.
Investigaciones demuestran
que las personas que han aprendido a perdonar no se enojan tan rápidamente como
antes, tienen mayor confianza en sí mismos, no sufren de depresión por ese
motivo y, por ende, tienen menos estrés; en pocas palabras, mejoran
significativamente su calidad de vida.
Hay tres componentes
principales que motivan la creación de dolorosos resentimientos: ofenderse de
forma exagerada, culpar al ofensor por nuestros sentimientos y crear una
historia de rencor.
En los últimos días me ha
tocado, tristemente, ser testigo de una hermosa familia que está llena de
rencores entre sí, donde prevalecen el pasado y los hechos desafortunados, en
lugar del amor y la unión familiar entre padres, hijos, sobrinos, y que se la
pasan ofendiéndose, siempre con la premisa de que ella o él siempre han sido
así, faltándose el respeto, la tolerancia y la convivencia que debería reinar
allí. Recordemos que debemos perdonar para ser perdonados.
Manuela Ortega
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