Si pensamos que la vida es un Carnaval, posiblemente saltarían a nuestra memoria la alegría,
la música, las comparsas, las reinas, los disfraces y toda esa algarabía que acompaña
esta tradicional fiesta. Esta festividad podría continuar en nuestra compañía si
deseamos ver el mundo con otra óptica. Es cuestión de animarnos y asumirlo con amor, entusiasmo y convicción para que nuestros sentidos se mantengan abiertos a los momentos gratos. Por supuesto no es fácil, cualquier incidente, por insignificante que parezca, a veces se traduce en un agente perturbador. Pero luchemos para rechazar ese camión de basura que
arroja sus desperdicios y, generalmente, tendemos a inclinarnos para recogerlos. Lo que debemos recolectar son los frutos que nos brindan nuestros padres, hijos, familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos. Esa sonrisa de nuestro nieto que atrapa el alma, bien vale un abrazo. Esa torta especial que la madre hace para el hijo, hay que saborearla con pasión. Los buenos días del vecino deben apreciarse. El reconocimiento de nuestro jefe a la pequeña labor,
asumirlo con humildad. Esa invitación del compadre,recibirla con alegría. El compartir
con los abuelos debe saber a gloria de sabiduría. Y a la familia unirla con un lazo de armonía.
Demos gracias a la vida por todo lo bueno que conseguimos en nuestro camino. Con
la mejor sonrisa saludemos al Sol y, con gratitud, a la Luna cuando nos observe desde el
firmamento. Viajemos en la comparsa de la unión, de la tolerancia, de la no violencia, de la aceptación del otro y, sobre todo, en la caravana cromática que deje huellas positivas en las futuras generaciones. No sin razón interpretaba la célebre Celia Cruz: “Ay, no hay que llorar, que la vida es un Carnaval”.
Dulce María Carpio
Educadora
Urb. El Rosal, Chacao
dulcecarpio@gmail.com
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