El lunes 25 de agosto los habitantes de Carabobo
despertamos con una bofetada de dolor que estremeció nuestras almas e hizo
saltar a nuestra boca una amarga pregunta: ¿hasta cuándo la Autopista Regional
del Centro (ARC) va a seguir borrando las esperanzas de tanta gente? Gente que
ha puesto punto final a sus vidas por la impericia, imprudencia e
irresponsabilidad de conductores y por la ineficiencia, irrespeto e impunidad
de las autoridades que tienen en sus manos las decisiones en materia de
tránsito en el país.
Quienes deben pasar por esa importante arteria vial están
expuestos a innumerables peligros. En primer lugar, el hecho de su insuficiencia
para la gran cantidad de vehículos que transitan por allí. En segundo lugar,
los que tienen que ver con los desmanes de los conductores de vehículos de
carga, amos de la vía, a quienes ninguna autoridad es capaz de meter en
cintura.
Los venezolanos, y en especial quienes usamos esta
autopista, escuchamos una vez un cuento de un ferrocarril que nos iba a
permitir librarnos del peligro de las llamadas gandolas, pues las cargas
pesadas viajarían en el soñado tren. Efectivamente los trabajos comenzaron y
avanzaron de alguna manera, pero -nunca falta un bendito pero, como diría
Perucho Conde- desde hace como dos años no se ha vuelto a decir ni pío del
susodicho ferrocarril y ya no se ve a nadie trabajando en la obra, solo se ven
cabillas oxidadas y las planificadas bases, como grandes fantasmas de la
desidia, la desinformación y, sobre todo, de la ilusión de muchos ciudadanos
que amamos este país y soñamos con verlo prosperar, aunque sea en las vías de
comunicación.
La vida del joven deportista venezolano, carabobeño,
Elvis Montero, y la de cuatro miembros de su amada familia, incluyendo a su
sobrino que no llegó a nacer, merece ser reivindicada junto con la de miles de
venezolanos que han perdido la vida en la ARC.
Yoelina
Mendoza Guerra
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