Hay un refrán que dice: “La
fe mueve montañas”. Reconozco la poderosa carga simbólica de este refrán, al
punto que de tanto tener fe lleguemos a tomar la fuerza de Sansón y mover las
montañas.
Ahora, no se cómo queda la fe
cuando la tienes demasiada en un asunto. Por ejemplo, un amor invencible y
tenaz, y este en vez de cumplirse al pie de la fe que mueve montañas, se
estanca y se frustra. Pasan los años teniendo fe en ese amor y lo único que
sucede es una continua distancia, como si viviésemos en continentes distantes y
hablando idiomas diferentes, aunque seamos hablantes del mismo castellano y
vecinos del mismo pueblo.
Es entonces que, por mucha fe
que se tenga, uno se sorprende de que las montañas se queden quietas, y no se
muevan por mucha fe que uno tenga. Total: uno pierde hasta la fe en ese refrán.
Me gusta más otro refrán que
tiene más sentido común: “Si la montaña no viene a ti, anda tú a la montaña”.
En realidad, como el ser
humano tiene más capacidad de moverse que las montañas, puede ir a la montaña y
subir a ella y hasta mirar el llano inmenso que se despliega hasta el horizonte
del mar. En consecuencia, el día que ella, cansada de verme con fe en ella,
ponga su confianza y fe en mí y nos unamos con lazos más que terrestres, podré
decir que aunque esas montañas azules que veo en la distancia no vengan a mí ni
se muevan por mi fe inmensa, podré creer que la montaña al fin se movió a mi
favor porque ella está a mi lado.
Artemio Cepeda Fernández
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