La propina, según
señala la Real Academia de la Lengua Española, es una “gratificación pequeña
con que se recompensa un servicio eventual”. En nuestro país, a lo largo y ancho
del territorio, este concepto está bien definido y/o arraigado en las
costumbres que nos identifican; no obstante, su esencia tiende a desvanecerse a estado óbito, toda vez que el mismo tenía
su representación referencial en concatenación con el costo de un café, de tal
manera que, cuando se daba una propina, cordialmente se le decía a quién la
recibía: “Ahí tiene para un cafecito”, en el entendido de que con la propina el
servidor podía adquirir uno o dos cafecitos, según el monto de lo recibido.
En la actualidad, dar
una propina a un mesonero, o al servidor de gasolina en una estación de
servicio vial, representa de 400 a 800 bolívares como mínimo, que es el costo
de un café, cantidad que difícilmente alguien pueda desprender de su peculio
bajo ese concepto. A menos que ostente un caudal de capital considerable para
el momento. Es bueno señalar que la
propina la entregaban en su mejor tiempo obreros, trabajadores públicos, maestros
y cualquier empleado de entidad bancaria, sin que ello afectara su módico presupuesto;
es decir, su costo estaba bien representado y constituía un efecto de
agradecimiento y compromiso que garantizaba con seguridad, que ese mismo
mesonero o despachador de gasolina nos brindaría un servicio posterior cordial.
En la actualidad
resulta bochornoso y sin sentido dar una propina de 10, 20 o 50 y hasta 100;
este último el billete de mayor denominación de nuestro signo monetario, porque
con ello no se adquiere ni una anhelada y apetitosa golosina, ni mucho menos el
tradicional cafecito; por lo tanto, la propina como tal se desvanece al término de desaparecer, como signo de cortesía entre
servidor y servido.
JOSÉ RAFAEL ÁLVAREZ
Hab de El Paraíso, DC
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