Quien bebe café en casa
temprano tiene fe en el día que comienza. Pareciera que la unión de estas dos
palabras se convirtió en una bebida mundialmente degustada apenas el sol
levanta por Oriente. Café y amanecer.
No sé quién inició esa
costumbre, pero el café, además de su excelente sabor, su excelente aroma y sus
condiciones energéticas, tiene el poder de la convocatoria, de la reunión. Si
pensamos reunirnos, es común decir: Vamos a tomar un café, porque el café invoca
la tertulia, la congregación.
La relación del café con el amanecer nadie la
decretó, pero apenas el alba se anuncia, en la mayoría de los hogares o cafés
públicos, se sirve esta especie de Néctar del Amanecer. El café, en cierta
forma le canta al sol, al amanecer. Es la bebida espirituosa preferida del
mundo al despuntar el día.
A pesar de su tono oscuro, unánimemente nadie
siente racismo por él. Si algún varón dice: “A mí me gusta un buen negrito”, se
puede pensar mal de su hombría. Es muy distinto si así se expresa una mujer: “A
mí me encanta el negro al amanecer, al mediodía, y en la noche así me quite el
sueño”.
Si lo expresa delante de su
marido, este puede pensar que le están poniendo cuernos. Pero ella aclara: “Mi
amor, me estoy refiriendo al café”. Y le agrega: ¡No me vas a decir que tú no
has probado un buen negro bien caliente al amanecer! El marido responde todo
incómodo: Si te refieres al café, sí.
¡Bienaventurado sea el café!
Artemio Cepeda Fernández
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