En muchas
comunidades pequeñas, la mayoría
de sus habitantes suele
reconocerse entre sí a través
de apodos. Estos nacieron bien sea en
la escuela, el liceo, la
plaza o las canchas. Fueron los
años dorados de las décadas de
1950, 1960 y 1970. Mi pueblo, San
Tomé (Anz), por supuesto,
no fue la excepción.
Ponerle
apodo a alguien era lógica segura
encasquetárselo a toda la
familia del elegido. Así las
cosas, fueron muchos a los que se
los conoció por un sobrenombre
bien particular; incluso,
prevalecía tal apodo por encima
del nombre de pila o apellido
de la “víctima”: Babucha, Carachana,
Bola de Humo, Malasangre,
Socorolo, Agua’e
Vaca, Cara’e Buzo, Tragabala, Matagallo,
entre muchos otros que
recuerdo.
Aunque
también fueron muchos los que se
salvaron de nuestra
barbarie lingüística y conservaron
sus apodos naturales, como Catire
Iriza, Toño Morales o Cheo
Carrasquel, hubo quienes no
tuvieron apodo alguno, como los
hermanos Héctor y Víctor
Thomas, la familia Heredia, los Navarro
o los Melchor.
Fue aquella
una época en la que todos
nos tratábamos con sana
camaradería, e igual disfrutábamos una velada
en el Club Centro
San Tomé con Los Melódicos y
Billo’s que con los grupos El
Nuevo Clan o Los Caribbean Boys, de El
Tigre.
Hoy evoco
con afecto a todos mis
paisanos, incluso a quienes ya han
traspasado el velo de la
eternidad. Hacia ellos y a sus
familias, mis respetos y consideración.
SAÚL
JOSÉ MOSQUEDA P.
sajomopa@gmail.com
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