martes, 14 de junio de 2016

El poder del perdón



Escribo sobre el perdón por dos razones fundamentales: lo considero necesario en mi perspectiva de vida, y porque ha sido ignorado por todos. Quienes estén anclados al pasado se pierden lo maravilloso de crear y vivir el presente, amén de encontrarse lleno de rencor de forma permanente.
No dejamos de negar que en el pasado hemos podido cometer grandes errores, haber hecho daño de palabra y acción a la familia, hijos, a todos los que nos rodean, consciente y, en ocasiones, inconscientemente, pero daño al fin, y que es una dura carga de llevar y de la cual debemos deshacernos, pero con la mayor celeridad y dándole siempre el mejor final.
Las palabras cargadas de ofensas o agresividad hacen un daño silencioso, incluso en el físico. Cuando alguien te decepciona o te injuria, la ira o el miedo que alimentas dentro de ti producen profundos cambios en el ritmo cardíaco y en la tensión, pudiendo llegar a causarte severos males la salud.
Perdonar no es aceptar los errores cometidos, no es olvidar, tampoco es negar lo que nos pasó. El perdón no justifica, pero tampoco juzga, lo que sí logra es liberarte del pasado y te permite vivir mejor en el presente.
Todos en la vida sufrimos heridas a raíz de experiencias que parecen no tener causa, razón o explicación alguna, y podemos morirnos sin encontrar su origen, pero lo importante es no quedarse allí, sino que podemos aprender de circunstancias como estas y qué podemos hacer para evitar repetirlas y tratar de enmendar el daño ocasionado.
Investigaciones demuestran que las personas que han aprendido a perdonar no se enojan tan rápidamente como antes, tienen mayor confianza en sí mismos, no sufren de depresión por ese motivo y, por ende, tienen menos estrés; en pocas palabras, mejoran significativamente su calidad de vida.
Hay tres componentes principales que motivan la creación de dolorosos resentimientos: ofenderse de forma exagerada, culpar al ofensor por nuestros sentimientos y crear una historia de rencor.
En los últimos días me ha tocado, tristemente, ser testigo de una hermosa familia que está llena de rencores entre sí, donde prevalecen el pasado y los hechos desafortunados, en lugar del amor y la unión familiar entre padres, hijos, sobrinos, y que se la pasan ofendiéndose, siempre con la premisa de que ella o él siempre han sido así, faltándose el respeto, la tolerancia y la convivencia que debería reinar allí. Recordemos que debemos perdonar para ser perdonados.  

Manuela Ortega

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