lunes, 4 de julio de 2016

Jugar, enseñar, juzgar



Los padres tienen la firme convicción de que deben dar a sus hijos lo mejor en modales, valores, forma de expresarse, entre otras buenas cosas, pero la enseñanza también viene de parte de los dulces saltarines que nos enseñan la espontaneidad, nos dicen que los besos no se deben atesorar y que siempre es buen momento para abrazar, dar y recibir sonrisas, que nunca es tarde, como en el parque, para compartir con un gran amigo.
Esa espontaneidad, sin darnos cuenta, la vamos dejando atrás poco a poco, pero los niños con sus actos nos dicen que no es insólito hacerle cosquillas a alguien independientemente de la edad, que lo insólito es habernos olvidado de reír, de llamar a un amigo, o de mojarnos con la lluvia sin temor, y ellos nos dicen que los adultos estamos sumergidos en un mundo gris lleno de sonrisas prefabricadas listas para la foto.
Aparte desde pequeños somos juzgados por una sociedad con comentarios carentes de tacto e insensibles. Si un niño llega a un lugar y no saluda porque puede estar cansado, con hambre o con sueño, velozmente sale una voz que dice: “qué tímido”, o “¿qué pasó, te comieron la lengua los ratones?”, o “¿no quieres saludar?, saluda, saluda, saluda”, espantando seguramente con tal actitud la iniciativa o disposición del niño a saludar, sin darle un mínimo de pausa para permitirles ser como ellos son, transparentes, puros y hermosos.  

Santa Santaella
Publicista / Administradora


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