jueves, 14 de enero de 2016

¡Oh, mi maestro!


“¡Oh, mi maestro! ¡Oh, mi amigo! ¡Oh, mi Robinson, usted en Colombia! Usted en Bogotá y nada me ha dicho, nada me ha escrito, sin duda usted, es el hombre más extraordinario del mundo”, escribiría Bolívar inmortalizando en una de sus cartas a quien fue su gran mentor, el insigne Simón Rodríguez. Cuántos de nosotros nos hemos tomado un tiempo para inmortalizar a nuestros mentores.

Ser docente en Venezuela se vuelve cada día más difícil. Las causas son muchas, en especial para quienes trabajan en organismos públicos, esto sin nombrar las instituciones privadas. Muchos dirán que el sueldo es mísero y no alcanza para nada; sin embargo, quienes escogieron esa digna profesión siguen adelante, sin mirar hacia atrás y con un solo propósito, que no es otro que formar los hombres y mujeres que guiarán en un futuro no muy lejano el destino de este gran país.

Ser maestro, más que una responsabilidad, por lo complicado y difícil de la misión que se tiene, significa sembrar esa pequeña semilla en esa tierra, virgen, productiva y ansiosa del saber, que son nuestros niños y jóvenes, para ser regada cada día con las aguas perpetuas del amor y la paciencia de los hombres y mujeres que tienen esa gran responsabilidad diariamente de formar a nuestros hijos sin ninguna mezquindad.

Ese desinterés debe ser reciproco. Por lo tanto, nosotros como padres y madres también debemos sembrar en nuestros hijos el amor y el respeto hacia quienes cada día reciben en las aulas sin ningún tipo de interés al futuro de Venezuela. Este desinterés también debe llegar hasta quienes de una u otra manera tienen en sus manos la decisión de enaltecer no solo el salario del docente venezolano, sino también el respeto para quienes dejan sus problemas en casa y marchan a esa ardua labor que es enseñar y dar amor a nuestros hijos.

También es tarea de todos romper con ese triste paradigma de que quien escogió ser maestro lo hizo por el solo hecho de no encontrar otra cosa que hacer. Todos debemos tener presente que, de no existir maestros, no existirían escuelas y, por lo tanto, no habría quien construyera el país que todos queremos para nosotros y las futuras generaciones. ¡Oh, mi maestro! ¡Oh, mi amigo! ¡Oh, mi Robinson! Desde aquí, muchas gracias, mi gran mentor.

Ángel Pulido
pulido.angel@hotmail.com

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