jueves, 11 de febrero de 2010

Ocho en un semáforo

Ese fue el número de fiscales de tránsito que conté en días pasados en uno de los numerosos semáforos de la avenida Libertador a la altura de El Rosal. Es evidente el incremento de estos funcionarios en las calles de la ciudad, lo cual debería redundar en una mayor eficiencia y control de la vialidad capitalina.
Lamentablemente esta no es la consecuencia lógica del asunto, por el contrario el caos vehicular es aún mayor. A esto se le suma la anarquía que generan los motorizados, a quienes poco les importa si es uno, ocho, o ningún fiscal el que esté presente cuando infringen en frente de éstos impunemente la ley, e irrespetan ferozmente al ciudadano o ciudadana que va en su vehículo, o a pie.
Causa curiosidad ver como en la mayoría de los casos los fiscales indican que pases cuando la luz del semáforo está en rojo y que te detengas cuando cambia a verde. En ocasiones recibes diferentes órdenes de los dos o tres que están a cargo, creando más angustia y confusión. El resto de estos funcionarios, que no tienen nada que hacer, no le queda más remedio que enviar y recibir mensajes de texto por su celular. Insólito pero cierto.
Otra particularidad es el embotellamiento que estas alcabalas de múltiples fiscales generan, ya que, cuando finalmente se pasan, el tráfico fluye como por arte de magia. Me dicen que en el centro de la ciudad más bien escasean. Es indudable que el Estado a través de sus autoridades debe haber hecho un gran esfuerzo humano y económico para graduar y sacar a la calle este gran contingente de jóvenes fiscales. Era necesario además.
Lo que no se entiende es por qué ese recurso tan valioso no es aprovechado para el beneficio de la colectividad, y que, a pesar de proceder de nuevas promociones siguen inmersos en la clásica escuela de fiscales de tránsito que bien todos conocemos.

Evelin Cadenas
Habitante de El Cafetal
encadenas@yahoo.es

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