martes, 18 de octubre de 2016

La propina y el cafecito

La propina, según señala la Real Academia de la Lengua Española, es una “gratificación pequeña con que se recompensa un servicio eventual”. En nuestro país, a lo largo y ancho del territorio, este concepto está bien definido y/o arraigado en las costumbres que nos identifican; no obstante, su esencia tiende a desvanecerse  a estado óbito, toda vez que el mismo tenía su representación referencial en concatenación con el costo de un café, de tal manera que, cuando se daba una propina, cordialmente se le decía a quién la recibía: “Ahí tiene para un cafecito”, en el entendido de que con la propina el servidor podía adquirir uno o dos cafecitos, según el monto de lo recibido.

En la actualidad, dar una propina a un mesonero, o al servidor de gasolina en una estación de servicio vial, representa de 400 a 800 bolívares como mínimo, que es el costo de un café, cantidad que difícilmente alguien pueda desprender de su peculio bajo ese concepto. A menos que ostente un caudal de capital considerable para el  momento. Es bueno señalar que la propina la entregaban en su mejor tiempo obreros, trabajadores públicos, maestros y cualquier empleado de entidad bancaria, sin que ello afectara su módico presupuesto; es decir, su costo estaba bien representado y constituía un efecto de agradecimiento y compromiso que garantizaba con seguridad, que ese mismo mesonero o despachador de gasolina nos brindaría un servicio posterior cordial.

En la actualidad resulta bochornoso y sin sentido dar una propina de 10, 20 o 50 y hasta 100; este último el billete de mayor denominación de nuestro signo monetario, porque con ello no se adquiere ni una anhelada y apetitosa golosina, ni mucho menos el tradicional cafecito; por lo tanto, la propina como tal se desvanece al término  de desaparecer, como signo de cortesía entre servidor y  servido.

JOSÉ RAFAEL ÁLVAREZ
Hab de El Paraíso, DC

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