martes, 31 de marzo de 2015

La Caracas heredada

Nuestra bella ciudad capital le debe ese adjetivo a dos cosas: al clima, templado con pequeñas variantes, y al paraje donde está enclavada, un hermoso valle longitudinal que se encuentra entre dos
hileras de cerros y colinas. Hacia el norte la Cordillera de la Costa con sus cerros Ávila, Naiguatá y la Silla de Caracas, y hacia el sur unas colinas en derivación, donde se encuentran los urbanismos
Cumbres de Curumo, Colinas de Santa Mónica y Colinas de Bello Monte. No hay otra referencia para calificarla con ese adjetivo de “bella”, pues por lo demás es una ciudad atosigada de gente
y de vehículos, además de improvisada desde el inicio de su crecimiento a partir de Puente Anauco hacia el Este, el cual obedeció a la disponibilidad de haciendas, una al lado de la otra. Tan caprichoso fue el crecimiento que empezó por Los Chorros, unos parajes lejanos y aislados, al libre albedrío
de sus promotores, un zapatero y un boticario, admirables por su emprendimiento pero desconectados de la ciudad y de los conceptos.



Avanzamos medio siglo y, mientras se improvisaba hacia el Este, en el centro unos franceses nos tumbaban inéditos testigos de los siglos XVIII y XIX para atravesar la ciudad con la Urdaneta, Baralt, FFAA y Bolívar. Así, el crecimiento urbano siempre se fue empeñando en quebrar al adjetivo “bello”. Nuestra generación no escapa de ello con su aporte al construir edificios residenciales a
ambos lados de la avenida Bolívar quebrando los sueños de ver el nacimiento del gran pulmón
del centro de la ciudad que, viniendo desde la Plaza Venezuela, culminaría en las torres del Centro Simón Bolívar integrando el parque Los Caobos, el Teatro Teresa Carreño y el parque Vargas.

Ese pírrico e improvisado urbanismo que tenemos ya iba muriendo ante la avalancha del crecimiento poblacional desordenado que en apenas cincuenta años se adueñó de la ciudad, si es que todavía
podemos llamar “ciudad” a un asentamiento humano dominado por el desorden que significa que 80% de su desproporcionada población viva en zonas espontáneas, esos suburbios inmensos que se han formado a su alrededor.

No hay nada que agradecer a quienes permitieron la consolidación de esa situación, iniciada en la agonía gomecista, pero que fue galopante desde la última dictadura hasta la democracia representativa, imperdonable. Venezuela ha dado ciudadanos ilustres en materia urbanística, con mística y brillantes propuestas, quienes fueron desoídos por los poderosos durante medio siglo, ocupados en la diatriba política que ocasionó que al país se le haya pasado el tiempo en la esterilidad del verbo mediante el discurso perenne, cundido de promesas, en detrimento de lo vital, como lo
es el hábitat y que pudimos haber heredado y otorgado a esta descuidada capital.

JOSÉ DURABIO MOROS
Ingeniero civil
josedurabio@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario