miércoles, 28 de abril de 2010

Insurgentes, insurrectos y disidentes

Así llamó la Regencia española a los hombres del Cabildo de Caracas, a los representantes del pueblo y del clero que, en acto soberano y con el apoyo de grupos de pardos, negros libres, blancos, indios y de algunas mujeres, depusieron al gobierno español, en persona de Vicente Emparan, y suscribieron un acta que creaba la Junta Suprema de Caracas y declaraba ser garante de los derechos de Fernando VII, el monarca español depuesto y hecho preso.
No obstante, los insurrectos de Caracas suscribieron una aparente lealtad con Su Majestad, pues el movimiento de abril tenía como fin último la ruptura del nexo colonial, como puede leerse en los impresos que circularon los días siguientes.
La rebelión de Caracas de 1810 era la concreción de la insurrección delatada de Gual y España y del apostolado libertario de Miranda, proyectado en las dos expediciones revolucionarias de 1806; pero también era el grito libertario y anticonquista de Guaicaipuro, el cacique hecho pueblo, el insumiso líder de la nación teque, que tantos desvelos y días de guerra le ocasionó al conquistador español para desmontar una fundación que no fue.
Era el grito de Baruta, de Chacao, de Tamanaco, el valiente cacique muerto en combate con los perros del imperio español; el grito de los mariches, de los caracas, de los tarmas, de los meregotes, de los toromaymas; y era también el sueño de José Leonardo Chirinos de echar al español, como lo canta Alí.
El pueblo del Jueves Santo de abril de 1810 es el mismo pueblo que acompañó la conspiración de Gual y España, con sus banderas de libertad, igualdad y justicia; es el mismo pueblo que acompañó a Zamora con su grito de Tierra, Hombres y Libertad, y es también el mismo pueblo que desde las insurgentes barriadas caraqueñas gritaron aquel abril de 2002: ¡Nunca más seremos colonia de nadie!

Gladys Arroyo
Historiadora
y habitante de Prados de María.
gladyshistoriacaracas@gmail.com

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