martes, 6 de abril de 2010

Un zumo amargo

Salí de mi oficina con una colega y se me ocurrió que fuésemos a merendarnos algo al “sushi” de un famoso hotel capitalino. El lugar se veía seguro, con tantos vigilantes. Con los calorones que aprietan, lo primero que provoca es la consabida cervecita, pero al apenas irnos sentándonos, que hacemos nuestra solicitud, ya nos dicen que no hay bebidas alcohólicas. Que lo que hay es “sake” (o algo así…). Nos explican que no es una bebida alcohólica, sino que es fermentada, hecha con agua y arroz blanco hervido.
Decidimos optar por este “sake”, más que nada por atender nuestra curiosidad, y dada la amable recomendación de nuestro atento y simpático anfitrión. De paso, seleccionamos nuestra merienda de una variopinta variedad de “rolls”, ensaladas y los famosos temporizados.
Degustamos opíparamente nuestra pequeña variedad, y sorbo tras sorbo fuimos agotando el tan ponderado zumo, más bien insulso y desabrido.
Al final, luego de una nutritiva conversa y un satisfactorio condumio, pedimos “el daño”, el ineludible final de toda grata estancia fuera de casa, en esta ciudad capitalista. Antes de que llegara la nota, apuramos en sorbos largos los estertores de la famosa bebida, la verdad que irrepetible, al menos por mí.
En plena carcajada por un buen chiste de mi hermosa colega, recibí la nota y al ver el monto se me encajó un rictus que me dejó estático durante algunos segundos. Y no era para menos. El “ratico” me estaba costando la bicoca de un cuarto de millón de los de antes, por una ingesta que fue a base de arroz hervido y de más arroz.
Pero no era posible que los cuatro platillos alcanzasen la cima de mis asombros. Por ello miré más arriba y me encontré con el causante de mi parálisis facial: los enaltecidos “sakes” se habían llevado cada uno sesenta y dos nuevas unidades monetarias.
No es fácil encontrar el lugar ideal donde podamos departir y compartir sin que al salir no sintamos una contrariedad. Los asaltos proliferan, y no son solamente a mano armada, sino también a base de simpatía y buenos modales. No nos queda otra que ser cautelosos ante las “sugerencias” convidantes y preguntar siempre cuánto vale el show, así nos sintamos seguros por estar dentro de las instalaciones de un hotel socialista.
José Durabio Moros
Ingeniero, habitante de El Hatillo
josedurabio@gmail.com

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