martes, 12 de noviembre de 2013

PODEROSO METABOLISMO



Cuando nacemos, no damos gracias por el cuerpo que poseemos. De hecho, los padres sólo manifiestan instintivamente el nacimiento de un bebé, pero se ignora la maravillosa innovación propia de la naturaleza: el cuerpo. 

Cuando nací, nunca pensé que en 20 años debí cambiar mi estilo de vida para aceptar, conocer, para respetar y amar mi cuerpo. 

Desde niña fui una máquina devoradora de dulces. Todo dulce que veía me lo comía; fue tanto, que a los 9 años mis dientes y muelas estaban llenas de caries. Al pasar los años mi madre me llevó al Hospital de Niños por un dolor en mi pierna derecha; recuerdo escuchar a la doctora decir: “Se debe a que ella está gordita”. Esa fue la primera señal que mi madre y yo ignoramos. 

Seguí consumiendo dulces, chucherías, galletas y helados; por fortuna, la malta y el refresco no fueron mi alimentación, pues mi padre se negaba a comprarlos por ser dañinos. Al desarrollarme, las cosas “mejoraron”, empecé a adelgazar, aumentar un poco de estatura, todo parecía bien. Mi pediatra le aconsejó a mi madre que me controlara con un endocrinólogo.

El recurso que utilizamos fue ir al Hospital Vargas, allí me sentí como rata de laboratorio. La primera doctora detectó alto nivel de glucosa y me recomendó hacer ejercicios. Nunca me gustó hacer ejercicio, siempre era floja, de hecho, mis notas más bajas fueron en Educación Física.

La segunda doctora me recetó otro medicamento, pero mis padres no querían que lo ingiriera. Realmente no sabía lo que ocurría en mi cuerpo y esa fue la segunda señal que ignoré, pero el metabolismo estaba de por medio y había que atenderlo. 


María Solórzano
Estudiante
Hab. Av. FF.AA
mariamsolorzano@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario