Corría la época de los años 40, período de transición de la dictadura gomecista, “Ronquito” López Contreras al demócrata general Medina Angarita, cuando se fundó una de las primeras cooperativas de este país que menciono en el título.
Esta organización fue la que hizo la conocida urbanización de Catia, con el apoyo por parte del Gobierno de los terrenos donde mi abuelo solía ir a cazar cunaguaros, venados, conejos, acures y muchas culebras cascabel.
La cooperativa Propatria tenía sus oficinas en la esquina de Quebrado, en la parroquia San Juan, y con gran misión patriótica hizo fundar ahí un colegio tan sólo de 1° grado, en donde dieron cabida a una cantidad de niños hijos de extranjeros que habían llegado al país huyendo de la Segunda Guerra Mundial.
Vecino era el gran perfumista francés señor Ricardo, con sus hijos hoy nombrados ingenieros venezolanos. También asistían a clases los hermanos Salito y Leonardo Luthinger, Henry Phefer, Paul Fischer, Moisés Guthmam, los hermanos Simón, Aaron y Moisés Mismm, así como los hermanos Guzmán, colaboradores de una empresa refresquera.
Los alumnos de ese plantel fuimos llevados no sólo a la inauguración de la Casa del Obrero en esa urbanización, sino también a sembrar los árboles de flamboyán, acacia o coloquialmente “mata del matrimonio” -porque ya dice el dicho que cuando uno se casa “se echa una vaina”; lo que acontecía en una avenida transversal donde todavía suelo ir a saludar a mi hija, a quien reconozco fácilmente.
Dirigía este plantel la brillante maestra caraqueña Sra. Isabel Deternoz y es emotivo para mí hoy en día añorar a esa eminente organización sin fines de lucro que no tan sólo diera vivienda a muchos hogares sino también educación a muchos niños y enseñanzas laborales y de cooperativismo que siguen siendo nuestras primeras necesidades.
Norman Rodríguez Martínez
Residente de un geriátrico en San Bernardino
norman.rodriguez@gmail.com
lunes, 3 de mayo de 2010
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