lunes, 8 de agosto de 2011

En el tren a Cúa

¡Un niño!, grita una mujer. ¡Aquí hay un niño, vale! ¡Un niño, aquí hay un niño! Se le escucha con tono de angustia. También con zozobra, otra compañera grita: ¡Mi pierna, me van a joder la pierna! Y es que no es para menos. Cerca de 30 personas adultas intentan entrar al tren por una puerta de dos metros de ancho, mientras otros tantos empujan desde afuera para poder ingresar. Y entran. El instituto ferroviario tiene el slogan: “Para que estemos más cerca”. Y lo ha logrado con creces. Ahora estamos uno encima del otro.
En las horas pico, cuando todos/as debemos viajar, se desata un verdadero forcejeo que atenta contra el buen vivir. Tanto en la mañana cuando vamos a Caracas como en la tarde cuando regresamos. Qué decir de las dos estaciones intermedias. Si esto sucede en Cúa, imagínense lo que sucede en Charallave Norte. La misma historia, pero con un agravante: el tren ya viene lleno. Cuando éste se dispone a parar en el andén, se sienten los golpes, y, de verdad, alcanzamos a creer que lo van a voltear. Creemos que al vagón no le cabe una persona más, pero otras 60 entran. Y todavía falta Charallave Sur.
Ante la necesidad de llegar al trabajo o a cualquier otro destino, las y los usuarios tenemos que resolver. Y cuando chocan la necesidad con la ineficiencia o la insuficiencia, se producen estos choques, estos gritos, esta angustia.
Todos y todas vamos haciendo la fila. Pero cuando el tren se acerca... se siente el rugir de los motores, se aceleran. Y cuando se estaciona, la cola se desgrana. En las puertas se amontonan los más grandes y fuertes. Atrás van quedando mujeres y niños/as. Todo lo contrario a cuando el barco se hunde. El tren abre sus puertas y arranca la carrera. La primera meta es ir sentados. De no lograrlo, entonces la meta es ir de pie y en el centro. Porque ir cerca de la puerta, es someterse a la desbocada en la próxima estación.
Así, satisfacer la necesidad de movilidad se convierte en irritación, incomodidad, hostilidad, golpes, discusiones, desacuerdos y hasta insultos: “¡Animales!” se escucha con frecuencia. Paradójicamente, a veces, hay risas, aunque muchas de éstas producto de los nervios. Menos mal hay buen humor, pero, qué más… También nos “acostumbramos”. Eso también dicen de la gente que escucha con tristeza la lluvia en los techos de cartón.

Desirée López
mujercolonizada@gmail.com.

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